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La dirigencia SI se mancha.

El Superclásico -o Súperbochorno- del jueves dejó mucho por analizar. Recordando los hechos, tratamos de reflexionar sobre lo que terminó siendo un papelón mundial. 

El sol ya se había terminado de esconder, quedaba la resaca del calor del día. Durante 45 minutos se habían estado comiendo las uñas. Ahora todos esperaban la salida de ambos equipos para jugar el segundo tiempo.

Gabi hacía fuerza desde su casa, era hincha de River y por decisión de la AFA no puede alentar en condición de visitante. No podía evitar esa mueca de felicidad al ver que solo faltaban 45 minutos para que su equipo pase de fase. La ansiedad y la incertidumbre lo hacían agarrarse fuerte del apoyabrazos del sillón y clavarle las garras.

-Tranquilo Gabi, a estos muertos hoy les ganamos- decía su viejo.

Fede por su parte contaba los minutos en su celular. Iban 13 y los jugadores tenían que empezar a aparecer.  Estaba en el sector popular detrás del arco donde iba a estar Orión. La ansiedad de la gente se transmitía en el aire.  Salieron los jugadores de Boca, salieron los árbitros. Fede ahora escucha gritos. A lo lejos, claro. No venían de la hinchada, no venían de su gente. No podía ver nada.

El árbitro Herrera corrió hacia la manga. Dirigentes de River hicieron lo propio. Federico no era capaz de entender que estaba pasando. La voz del estadio se mantenía callada y la gente silbando.

Vangioni ojos-Viejo, vení, dale. ¡Corré!- Gabriel llamaba a su viejo que estaba haciendo mates a la espera del segundo tiempo. La transmisión mostraba a los jugadores de River desesperados, la perfecta mezcla entre el enojo y la preocupación. Ponzio tirado en el piso, otros aparecían con los ojos completamente rojos. Las camisetas estaban manchadas. Alguien de la tribuna, o quizás la policía, o quizás… vaya uno a saber quien fue, arrojó gas pimienta en la manga de los jugadores de Nuñez.

En el estadio se escuchaban silbidos y puteadas de todas partes. Nadie era capaz de pensar con claridad y mucho menos de hacer un análisis complejo. Fede seguía sin entender mucho, pero ahora sabía que algo pasaba. Veía a algunos jugadores de River hablar con el árbitro en el mediocampo, y podía ver al resto sentados en el banco de suplentes.

Era imposible saber quién tiró el gas pimienta, pero ya todos en la cancha eran consientes de lo sucedido. Aún así, los gritos seguían bajando de todos los sectores. Los jugadores de ambos equipos ya se encontraban en el medio de la cancha. Los locales se desentendieron de la situación y se pusieron en posición de juego. Como si no importara lo sucedido.

El árbitro Herrera esperaba la orden del encargado de la Conmebol dentro de la canchaGallardo preocupado Ponzio. El foco de atención se ubicó en si el partido se debía continuar o ser suspendido. Los jugadores de River se vieron obligados a tomar una decisión que nunca debería haber sido de ellos. Porque… vamos a ser claros. ¿Qué tipo de organismo serio le pide a alguien minutos después de ser atacado que tome una decisión tan importante? ¿Cuál era la necesidad de cargar de tensión a quienes no debían encargarse de la situación? Lo cierto es que nadie fue capaz de analizar la situación y determinar seria y claramente una postura, sino que se tiraban la pelota unos a los otros. Un tridente problemático se formó entre la institución de La Ribera, Berni y la Conmebol. Los tres jugaban a ver quién pateaba la pelota más lejos.

Más de una hora de espera para determinar la suspensión del partido y algún que otro tiempo más para lograr sacar a los jugadores del medio de la cancha. Lo que a todos pareció un mal accionar policial, para Berni, Secretario de Seguridad, fue un “operativo impecable”. ¿Verdad o tomada de pelo?

A estos se sumó la impotencia y poca determinación de algunos sectores de la hinchada, que sin tomar consciencia de lo ocurrido se dedicaron a arrojar botellas y cualquier clase de objeto contundente a los jugadores de River. Por suerte, otros actuaron con coherencia y solo alentaban, o se iban.

La única persona que actuó razonablemente dentro de la impotencia y la bronca fue Daniel Osvaldo, que demostró ser una persona además de un jugador de futbol. Después del partido admitió que se dirigió a los jugadores de River para pedirle que continúen, pero al verlos cambio totalmente de opinión y se puso a su disposición.

Lo que pasó los minutos posteriores a aquel incidente fue verdaderamente lamentable. La copa Libertadores se manchó del absurdo argentino. La chicana excede todo folclore futbolero. Cuando se trasgrede la integridad física de los participantes, todo deja de ser un juego. La pasión ya no existe, estamos manchados de la violencia cotidiana. La llevamos en la sangre, la festejamos cuando está de nuestra parte y la incentivamos cantando canciones aún más violentas.

¿Qué es el folclore del futbol? ¿Existe todavía la pasión? La pelota está manchada, sumergida en un mar de balas, sangre y lagrimas. ¿Llegará el día que seamos capaces de hacer un análisis realmente meticuloso de las cosas que suceden? ¿Llegará el día que el futbol deje de doler?

River Plate's (top) and Boca Juniors' supporters cheer for their teamsA todo esto, nadie se cuestiona el accionar de los medios en este tipo de problemas. El foco lo tenemos en las cuestiones secundarias. Creemos que lo importante está en si se deben jugar o no los segundos 45 minutos. En cuánta plata se pierde. En si los jugadores de Boca tuvieron la culpa de saludar a sus hinchas, o si los de River no tuvieron el coraje suficiente para afrontar el partido. Hablamos de clasificaciones de escritorio y nos olvidamos que detrás de todo esto tiene que haber un aprendizaje. No es casualidad que, casi al mismo tiempo, el futbol argentino se sumerge en dos tragedias de gran magnitud, la muerte de Emanuel Ortega y los incidentes del River-Boca. Es hora de tomar determinaciones importantes, es hora de aprender a bajar la cabeza y a dejar el orgullo de lado. Es hora de dejar de dividirnos y tirar para el mismo lado. Las dirigencias están destruyendo al futbol y esta sí que es una mancha que no se borra mas.

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